El poner esto en práctica nos trajo un feliz descubrimiento: las marcaciones del autor, muchísimas, más que aprisionarnos la actuación y la puesta, nos brindan una pista de despegue óptima a la búsqueda de una sensibilidad distinta. Muchlsimas de esas anotaciones empujan a la aparición de paradojas; fuerzan la aparición de intersticios entre el texto y la acción; desafían a la imaginación personal, fuente en general de todo lo que los actores y directores tratan de representar en la escena. Por lo tanto, esta exigencia deviene en potencia de hacer visible lo invisible.
Creemos que el teatro, por lo general, busca visibilizar un cuerpo que no se explica por sí mismo si no es por la encarnadura y estética de sus actuantes; en este caso, con Beckett, el actuante deviene marioneta de un texto que siendo totalizante, en todos los aspectos de la obra, a su vez libera de la presión psicológica y emocional convencional, dejando habilitada las: zonas de vacío; las incertidumbres; y la ferocidad humana, que en todos está presente. Estas fuerzas, beckettianas como pocas, tal vez sus más reconocidas marcas, son su singularidad de tres cabezas al menos, mostrada en "Los días felices" como en pocos textos del autor.
A su vez, "Los días felices" sea tal vez la obra de Beckett que más puentes tienda al interior mismo de su obra literaria (poética, novelesca, ensayística y teatral). Eso particularmente nos fascinó, nos hizo releer de sus tantos ríos, mares y lagos.
Winnie, el día de mañana, podría ser llevada a escena como una sirena encallada y Willie como el Ulises-B, que, ya de vuelta, desde su silencio casi absoluto, deba decidir en el último instante, si caer en el embrujo de su fascinación o eliminarlo para siempre; aunque de esto no nos enteremos jamás.
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